sábado, 5 de octubre de 2013

El viejo conocido.

El amor. Ese 'cabronazo' que te hace nudos en la garganta y en el corazón. Ese segundo en el que no tocas el suelo cuando saltas al mar, donde no sabes si gritar, llamar a Dios o batir las alas esperando que la gravedad no haga su trabajo.
El invento más viejo del mundo, el tema más recurrido en las canciones. El detonante de miles de muertes: amor a una bandera, amor a un Dios, amor, amor, amor...
Amor al arte. Y enamorarte.

Pero la pregunta es... ¿Por qué? ¿Por qué sigue existiendo el amor? Los desengañados te dirán que es un invento del Corte Inglés y sus fanáticos que es el motor del mundo. Pero todos lo han vivido.

Hablo del amor de verdad. De esa sensación de querer regalar tu cuerpo a otra persona sin garantías de que no vaya a destrozarte. De que no juegue a lanzar tu maltrecho corazón. Pero arriesgas. Como si fuera tu última ficha en un casino. Porque el miedo a perder, a perderte o a perderlo es siempre mayor. Porque... ¿qué es un triste y perfecto corazón frente a medio que comparta latidos?

Quizás por eso siga habiendo canciones de amor. Porque nos encanta el miedo a perderlo todo. Nos pone saber que hay una mínima posibilidad de tenerlo todo en nuestra mano; ese ¿y si todo sale bien?

Definitivamente, el mundo es más bonito sobre una tambaleante cuerda floja a cien metros del frío, sólido -y solitario- suelo.