martes, 15 de enero de 2013

Nuevos conceptos. Viejos pecados.

Mi nombre no dice qué soy. Lo hacen mis actos. Lo son mis pecados. Y también los muchos que cometeré. Seguramente me arrepienta de unos cuantos, pero sonreiré ante los que me dejen huella en la piel. Para bien o para mal, ''algo'' me los ha puesto en el camino: para aprender o para continuar pecando.

Porque he decidido que mi concepción del bien y el mal no me la dice un hombre de hace dos mil años con tintes de sabio que murió sin saber que el hombre es puro deseo, vicio y un poco de ambos otra vez. A mi la religión dámela sin mandamientos, cámbiame los domingos por la mañana en misa por una buena resaca y tus brazos enroscados en mi cintura. No quiero pensar que por mí mueres, sino que soy el primer paso de un gran día, ni reces palabras sin sentido, los ''te quiero'' y los ''te odio'' verdaderos. No seré la mejor persona, no voy a poner la otra mejilla ante un derechazo del destino, voy a arañar. Amaré al prójimo que me ame. Santificaré cada fiesta: la de los jueves, los viernes, los sábados y todas las demás. Viajaré devota de peregrino a tus hombros.

Creo en lo que veo; creo en ti. Porque no me cuadra en esta cabeza perversa que estos suspiros que nacen y mueren en tus labios, esa lengua de la que se escapan besos y deseos, esas manos que intentan atrapar la ceniza en la que se convierte mi cuerpo cada vez que tu tacto de fuego roza cada una de mis aristas prendidas en llamas y tu olor que se aloja en mi cabeza mareada puedan albergar pecado alguno. Son mis escalones directos al cielo. El A, B, C de mi religión. Mi nueva religión.

Ya habrá tiempo de arrepentirse. O no.


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